viernes, 26 de noviembre de 2010

EN EL "MIGUEL DE MAÑARA"


No quiero pensar en ellos, pero al menor descuido
me cuelgo de la piel en que los encontré
como pellejos al sol colgando de una higuera.

No quiero entrar en ellos, pero al menor descuido
me escurro como anguila por sus manos de poros como pozos
y por su piel de lobo acorralado que ya no teme nada.

Y con su venia
hurgo en el sentido de sus papeles perdidos,
sus identidades falsas,
sus pasos controvertidos
y me veo escrita en ellos
y me hieren sus miradas de animales acosados
dispuestos a lanzarme una zarpada con sus garras defensivas
y me escondo tras la tapia de la razón,
que sostiene razones para ocultarla.

Quiero pasar de ellos pero adivinan mi intención y me acorralan,
me escriben sus direcciones en pergaminos de hielo
y luego se van. Escupen. Escapan.
Tuercen la mirada, el gesto es una mueca de asco desesperada,
sus pasos llevan escritos la indecisión de los muertos.
Y todo se queda quieto, vacío y sin pertenencia como el cielo
indiscutible que creen que les han quitado.

Toman su vino y se van. Me lo pagaran mañana o la semana que viene,
o nunca, qué duda cabe. Nos volveremos a ver y nos reconoceremos
o no sabremos quién somos por mucho que nos miremos los bolsillos.
Mientras yo me quedo sola, enganchada, confabulada y perdida
en la frustrada espiral de un tipo que perdió su identidad
y encontró su libertad huyendo, huyendo siempre, a la búsqueda de nada.
En ese mundo resumido que es el Miguel de Mañara al que unos vienen
otros van y nadie se vuelve atrás, van pasando por el bar
la grotesca carcajada y la boca desdentada y el estómago vacío.
Toman su vino y se van. Y me cuentan su destino. A veces
me voy con ellos huyendo, huyendo siempre, colgando de su locura
hasta donde quieran ellos. Don Quijote y Sancho panza.

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