jueves, 7 de octubre de 2010

LOS VALLES AMENOS (ll)



En la mímica espléndida del sueño hemos vuelto a encontrarnos
y, sin vernos,
nos estamos sintiendo cercanas, presentidas.
Éramos Vida y Muerte,
muerte y vida unidas en la onírica esfera del único sentido
que escapa a la realidad del subconsciente.

Orgullosa y altiva,
protegida por la luz de algún ocaso
que marcha a la deriva sin ticket de regreso,
segura y descriptiva, relatabas la dura decisión de iniciar un viaje
al lejano y lechoso destino estelar del universo,
a donde sólo te acompaña el espejismo de una paz presentida,
de un eterno descanso como premio.

Y en un tono de serena y relajada confidencia
me contabas las bellezas del lugar que te habita,
y sin fatalidad,
“No hay dolor”, me decías mirándome,
los ojos salpicados de visiones extrañas. “Las espinas de las rosas no lastiman,
y las lluvias no provocan destrucciones.
La muerte tiene nombre de silencio, y hay palabras que por respeto
no se nombran.”
Por la serenidad de tu mirada supe que no mentías
ni me contabas un cuento para dormirme en paz,
ni omitías la verdad, ni exagerabas.


“Graduamos la luz a voluntad,
la risa, según la calidad de la alegría
los colores que adornarán los días
tendrán esos matices y esos tonos que impulsan
nuestros ánimos y nuestras perezas. Aquí
también somos perezosos y a veces bostezamos”.
Y yo te preguntaba, “¿hay difuntos cobardes?”,
o, “¿alguna vez te aflora la añoranza?” Y mi voz era opaca, entristecida,
mezcla de asombro, fascinación y espanto
que choca con tu sonora carcajada y me expulsa del sueño donde estaba metida.

…Y era cierto que estaba en tu regazo, (tú en la paz de la sombra,
yo en el frío de la vida), maravillada aún, paralizada, desconcertada, y todavía
vivas, fuertes, decididas las dos,
enérgicas, valientes…
Era creíble, auténtico y posible el sonido de tu voz mientras soñaba.

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