miércoles, 3 de agosto de 2011

MANIFIESTO



Hay una tinta especial llamada sangre
que casi nadie utiliza
para escribir poemas. Es decir: nadie.

Hay que escribir con sangre sobre vísceras,
sobre mutilaciones, sobre la violación, el hambre,
el sida y la pobreza extrema que nos dan
en la tele mientras nos comemos la ensalada.

Hay que escribir con la sangre del otro y con la propia,
y denunciar la muerte de millones de niños,
y decirle al papa que no venga a Madrid,
que mejor se vaya al cuerno de África
y vea lo que hay allí y lleve agua
y la llave de oro de su caja fuerte.

Hay que escribir con sangre y derramar las tripas
sobre el papel fecundo, y sacudir la conciencia
que se duerme la siesta cada tarde
porque cambió de emisora
cuando vio de que iba aquel desastre.
No hay que evitarle nada a la vergüenza
ni a la memoria.
No solo hay que sufrir. No solo hay que escribir
con sangre propia. No solo podemos maldecir
la infelicidad de los que no conocen otra vida:
Hay que maldecir con la sangre de todos y la propia.

Hay que escribir con dolor o no escribir poemas
si no somos capaces de saber lo que pasa
y aprendernos la letra de las causas perdidas.

Hay que hacer terrorismo del poema
a ver si alguien aprende a utilizar la pluma
con recursos de guerra. Hay que sacrificar la paz
y hacer que nazcan poetas terroristas,
y hay que manchar papeles
con la sangre que sale del tintero
igual que del fusil salen las balas.


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