martes, 28 de diciembre de 2010

EL TIEMPO ERA MÍO



Era rica, extraordinariamente rica, millonaria,
nadando entre los restos de todas las migajas que me dejaba
de regalo cada día muerto que pasaba.
Calculaba mis rentas, ahorraba y gastaba dependiendo
del saldo, del color de la mierda del dinero,
de la inflación, del gasto, de la extracción de la mina más profunda y lejana.
Compraba latifundios, difundía. Inundaba pantanos y ríos
con la mierda que expulsaba de mis fábricas.
Con mi inmenso poder adquiría una ciudad y hacía un milagro,
es decir, la convertía en pozos de petróleo y devaneo.
La ciudad es un vulgo, divulgaba a los vientos.
Mi poder conquistaba lunas y sonetos y mi mierda crecía,
cambiaba de color, no olía a mierda perfumada
porque el dinero le perdía el respeto al mal olor y lo cambiaba.
Yo no hacía feliz a nadie. No tenía obligación. Ni yo misma lo era,
pero nadie sabía en qué consistía eso y nadie lo echaba en falta.
Y pasaban los días y los años, y la costumbre de ser rica empobrecía
y me quitaba la ilusión de serlo.
Masticaba chicle, me miraba al espejo, recordaba un pasado, me aburría.
Ya no sabía en qué gastar dinero. Todo el mundo era mío
y me sobraba todo. Ya no quedaba chicle, nicotina, otras drogas...
Más sola que la una, podrida de dinero,
todo el tiempo del mundo y sin nada que hacer para perder el tiempo.
Simplemente y como era mío, lo mataba…
Y el tiempo renacía todo el tiempo. Me ahogaba. Me aburría.
El tiempo se vengaba de mí,
tal como yo lo había matado me mataba.


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