jueves, 9 de diciembre de 2010

EL TIEMPO EL ASESINO



Era rica, extraordinariamente rica, millonaria,
nadando entre los restos de todas las migajas que me dejaban
de regalo cada día.
Calculaba mis rentas, ahorraba y gastaba dependiendo
del saldo, del color de la mierda del dinero,
de la inflación, del gasto, de la extracción de la mina más profunda y lejana.
Compraba latifundios, difundía. Inundaba pantanos.
Con mi inmenso poder adquiría una ciudad y hacía un milagro,
es decir, la convertía en pozos de petróleo y devaneo.
La ciudad es un vulgo, divulgaba a los vientos.
Mi poder conquistaba lunas y sonetos y mi mierda crecía,
cambiaba de color, no olía a mierda.
Yo no hacía feliz a nadie. No tenía obligación. Ni yo misma lo era,
pero nadie sabía en qué consistía eso y nadie lo añoraba.
Y pasaban los días y los años, y la costumbre de ser rica empobrecía
y me quitaba la ilusión de serlo.
Masticaba chicle, me miraba al espejo, recordaba un pasado, me aburría.
Ya no sabía en qué gastar dinero. Todo el mundo era mío
y me sobraba todo. Más sola que la una, podrida de dinero,
todo el tiempo del mundo y sin nada que hacer para perder el tiempo.
Simplemente y como era mío, lo mataba…
El tiempo renacía todo el tiempo. Me ahogaba. Me aburría.
El tiempo se vengaba de mí
y tal como yo lo había matado me mataba.


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