sábado, 25 de junio de 2011

CICATRICES



Aquellas madrugadas no eran tan austeras
ni en el sueño cabían realidades.
Soñar era dormir a pierna suelta
sin nada que alterara nuestros ritmos cardiacos
y al despertar por la mañana todo estaba en su sitio
pero nada era igual que al día siguiente.

El gato ronroneando en su rincón dormido,
los cacharros en la cocina tropezando entre ellos,
mezclándose, rozándose impúdicos y sudorosos,
la ropa desperdigada por el suelo, y el sueño
bostezando, agarrado desnudo y encogido,
soñoliento junto a la amanecida sin resquicios
porque la noche aun estaba muy cercana.

Aquellas madrugadas en las que los amigos
terminaban borrachos, acostados sobre la piel de los abrigos
recitando a Celaya, maldiciendo la última reunión
del sindicato en la que nadie quería darse por vencido
y en la que se acababa el vino de cartón,
el whisky de Segovia, el pan y el queso de porción
que cáritas nos daba, y la paciencia de todos los vecinos.

Aquellas madrugadas eran filosofía
para alegrarle a la noche sus mañanas,
para encender la mecha con la que luego al despertar
ardían los sueños, y se desperezaba el gato en su rincón
y se nos permitía indultar a los ninots
que nos daban de desayuno fantasía.

Aquellas madrugadas tan lejanas
como vistas a través de alguna lejanía imaginable,
me rodean al despertar cada mañana
y al mirarme las manos
sigo viendo las marcas de muchas cicatrices.


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Para mi amigo Fernando (él sabe quién)

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