sábado, 5 de marzo de 2011

MI PUEBLO Y YO (QUE SOY SU GENTE)


Nací en Sotiel.
Un valle sosegado entre cuatro colinas,
una tierra de siete colores diferentes
y con verdes espesos que salpican el monte
de pinos, mastranto, hierbas malas,
silencio y yerbabuena. (El silencio siempre
me pareció muy verde).

Es un río amarillo de cobre
y un puente con historia de romanos
y dos ermitas blancas con vírgenes dolosas
y acentos de más allá del río y del condado
y mineros que muerden pirita y silicosis
y hogueras en la calle y comadreo
y días de matanzas y olores de chacinas
(histeria del cochino y olor a chamusquina
en la humedad nochera empañada de humo,
de gritos y de espanto).
Es tierra de tahúres pobres, cristianos renegados,
contrabandistas de café portugués negro y amargo,
de muertos inocentes asesinados ante las tapias
del mismo cementerio al que iremos
cuando estemos muertos
sin tiros por sorpresa en otras madrugadas.

Tierra con un pasado inglés y otro fenicio,
y otros muchos pasados sin historia,
y una gente que vive como a espalda a todo
recostada en la falda del presente
y mirando a la vida con apacible enfado.
Tierra de tiempos lentos,
de preguntas repetidas sin respuestas,
de tirachinas, nidos, gurumelos, caminos
de nubes por el cielo
por donde desde pequeña me escapaba
volando a ras de suelo, vuelo siempre cercano
por si la distancia era ese olvido que decían
la gente que entendía de olvidos y miserias.

(Así se me dio siempre la misma paradoja:
Tan Tierra de la tierra y tan Humo en el aire,
tan lejos y tan cerca,
nunca supe quedarme en parte alguna).


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