Me mandó una sonrisa mojada
en aliento de chicle de menta
mientras hacía un globo
que le estalló en la cara.
Yo me hice la digna
y muy seria, le devolví la espalda.
Arriba y abajo, carretera y manta.
Cogidas del bracete
las niñas hacia arriba
los niños hacia abajo
por la acera de enfrente
y a un lado el riachuelo
(aquél regajo sucio
amarillo de cobre)
que cantaba sin prisa la corriente
de agua sucia y cobriza
y salpicaba la ropa adolescente
cuando escondíamos el rubor
en las adelfas,
a la orilla del surco,
en lo espeso de la higuera bravía
ocultos en la acequia
al remanso del agua.
Esa tarde me mandó una sonrisa
pero nunca volvimos
a la vera del surco
amarillo de cobre
a ocultarnos de todos en la acequia
para darnos mil besos en la cara.
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