viernes, 23 de septiembre de 2011

LA SIESTA


En la densa estación
del aturdimiento
los músculos entumecidos
pierden la compostura,
la mente se anquilosa
y endurece como un muro,
los dedos se agarrotan,
estación duermevela,
silba lejano el abejorro
pertinaz, cada vez más lejano,
menos impertinente.
Susurra la modorra
“¡levanta, levanta!”
Pero el cuerpo que yace está vencido,
en paz, como un bendito
mortal recién nacido.

La siesta componedora,
el relax más perfecto,
la hora atontadora
que gratifica el día,
los párpados caídos
como dioses de trapo
vencidos sin remedio.

“Beberé un poco de agua”
me miento incapaz de incorporarme,
la modorra es muy diestra
y me tumba de un siniestro
derechazo y deja mi cabeza
colgando, casi rozando el suelo.

Es la hora mortal, inevitable.
Me gustaría ver ese momento
de lucha fratricida
entre Quiero y no Quiero,
con la lengua colgando a la derecha
de la boca torcida y babeando.

¡Bendita siesta, que nos dejas a todos
en el mismo nivel, y a todos nos colocas
en la misma escala de sencilla idiotez!


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