Tomó un tren hacia la madrugada
Llevaba un sueño atado a la cintura,
una tristeza que le llegaba al alma,
una piedra metida en el zapato
y un horizonte negro ante la vista.
Le dio la vuelta al mundo de su calle
dobló la esquina y le ladraron perros
indigentes que olisqueaban orines
por la acera.
Durmió todo la noche en un portal
que solo olía a silencio humedecido.
Los tahúres jugaban a las cartas
en garitos de habanos humeantes
repartiéndose el mundo entre bravatas
negociando con cartillas de racionamiento
hundiendo sociedades dispuestas en el mapa
y cambiando de enemigo y de trinchera.
Los secuaces se frotaban las manos satisfechos.
Los hostiles espectadores de aquel juego
seguían con interés la guerra sucia
que los gobiernos manchaban
sobre el mapa quebrado de los pueblos.
Y el hombre en su garita de silencio
contenía el aliento y tapaba
su nariz con un pañuelo.
El mismo tren lo devolvió a su casa
y lo dejó a las puertas de su hambre.
Aun llevaba una piedra metida en el zapato,
un sueño sin color atado a la cintura
y un horizonte negro bajo el suelo.
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