Este José María de porte tan mundano,
tan sobrio él, pedante y altanero,
que igual que sin decoro nos habla castellano,
latín, francés, inglés americano o portugués;
que estuvo a punto de aprender el catalán hablado
y que sin despeinarse nos solucciona el griego
más arcaico, es el hombre fugaz que hace cinco años
borró de todos los idiomas la palabra PAZ
y la sustituyó por otra que fue toda su todo su afán,
su argot, su dicionario...
Y hoy sigue por ahí mofándose de todos,
tan feliz, tan cordial,tan atrozmente melenudo,
aparentando ser, perfeccionando idiomas,
practicando el cinismo que aprendió,
incitando a más guerras, pregonando alabanzas
sobre su amigo Bush, criticando de exótismo cultural
el triunfo de Obama, torciéndose el bigote en un mohín
más parecido a don Tancredo figurín
que a un hombre de Estado que nos estuvo gobernando.
Estuvo a punto de convertirse en dios,
y al no poder, a pesar de haber estado trabajando en ello,
nos confesó, muy serio él, pedante y altanero,
que el mismo Dios le habló de retirada.
Pero antes de marcharse nos dejó una herencia;
los muertos, la impotencia, la locura.
En Irak aún no acabaron de morir todos los muertos.
No terminaron de limpiar toda la sangre.
Pero el sigue por ahí erre que erre,
mordiendo a dentelladas, contaminando el aire.
Tan feliz, tan ufano y tan contento.
Soplando viento sobre las ascuas del polvorín.
Hablando con misiles desde su lengua múltiple asesina,
y trabajando en ello como un obrero perfecciona la guerra
para salir indemne de entre todos los muertos.
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