martes, 14 de junio de 2011

PLAZA DE LA CONCORDIA


Busco una dirección. Era de noche
y no recuerdo bien el lugar en donde se ubicaban
las sombras, los sonidos, el descorche de risas sin champán
que emergían de algún lugar que se me esconde.

Llegaba tarde, eso lo recuerdo bien,
pero me vieron llegar y me aplaudieron. Buena gente,
pensé, que hacen con la concordia maravillas.
Después les dije unas palabras de aliento y me marché.

Ellos siguieron allí, indignados, cabreados,
escribiendo pancartas, haciendo filigranas con un poco de saldo,
cantando, poniendo en asambleas las cartas boca arriba
mientras los otros, los que no estaban allí,
seguían haciendo la vista gorda con sus poderes gordos.

Hallé la dirección. Era una plaza pero estaba vacía.
Se han marchado, pensé, vencidos, cabizbajos.
Pero me equivoqué. Desde el fondo de la puerta del tren,
las gargantas, los puños, la ilusión de todos ellos resistía.

Eran como una sombra enorme con un cuerpo legal
que lo ocupaba todo, que molestaba al caminar, que hacía ruido,
que lanzaba por el aire la consigna de unión y libertad,
de resistencia, de indignación, de no nos moverán.
Y me abracé a las sombras. Los escuchaba y los amaba a todos.


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