sábado, 2 de octubre de 2010
UNA COMPAÑÍA ESPECIAL
Cuando la soledad me cerca terca y porfiada
y me encierra en el claustro oscuro de la poesía,
siento que me duele hasta la luz del día
y muero en la tristeza como un viejo poeta
buscando musas que juegan a esconderse.
-¿Y la filosofía oriental?- Me dice alguien que no me quiere mal
pero que es incapaz de aligerar mi carga.
-Hay muy buenas terapias que aíslan la soledad-,
recalca satisfecho
y siembra su conciencia en el barbecho
y se duerme tranquilo sobre el lecho de su conformidad.
Yo remito al silencio mi respuesta, y no por otorgar,
que no siempre quien calla enmudece por falta de razones.
Solo por no gritar que mi soledad no quiere vivir arrinconada,
no es un mal infeccioso que requiere aislamientos y cadenas,
no padece contagios ni da penas ni se pinta la cara de mediocridad.
Mi soledad quiere que la compartan y asimilen,
que la entiendan y que la ayuden a estar sola.
Necesita un estímulo alentador para su largo proceso
de incubación constante.
Quiere una soledad amiga que sepa estar sola como ella,
compartiendo unos minutos eternos de poesía
sin mirar el reloj, sintiendo cómo en la agonía
de las últimas notas, cuando calla la orquesta
y enmudecen en el microsurco las estrías,
sienta que el corazón va a dilatarse como una flor que estalla
dando rienda suelta al sentimiento para que viva la orgía presentida
apasionadamente, en un derroche de amor compacto y mudo,
desesperado, vivo, loco, absurdo, delirante…
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