Éramos dos
y un solo corazón latiendo al mismo tiempo.
Y una misma ola
dejándose llevar por la misma marea.
Y un mismo escalofrío
bajo la misma tórrida tarde de verano.
Éramos al final
el socorrido ejemplo que ponemos a veces:
El botón y el ojal, el complemento justo
para poner en marcha la catástrofe.
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