sábado, 12 de marzo de 2011

TODAS LAS DESCONOCIDAS SE LLAMAN LOLA


Qué linda la mirada que me echaba la tarde
por las viejas templadas calles de Varsovia
y aquella risa incrédula, livianamente loca.

Llegué en ferrocarril a la estación Warszawa
y me acosaron los pobres indigentes pedigüeños
con miradas que causaban miedo a la turista sola
buscadora de un hueco donde dejar rutinas,
disciplinas, enseres usados, enmohecidos rictus,
viejas calcomanías, descoloridas prendas de fríos
tan gastados y antiguos que ya no cubren nada.

En el Continental deposité los restos del cansancio
y marché a la conquista de las calles.
Romántica visión de la memoria. La música sonando.
Llené de fotos la máquina de hacer fotografías.
Me senté a tomar algo. Desde lejos lo vi,
se me quedó mirando, hablamos y preguntó
cómo te llamas. Lola le dije. Y me enseñó una risa
que era como el destello blanco de un desfile de estrellas
a plena luz del día en mi primera tarde por Varsovia, sola,
sin nada más que hacer que practicar
la huída hacia la nada, deambulando..

Chapurreó en un mal aprendido castellano,
“todas las desconocidas se llaman Lola”.
Lo recuerdo como si fuese ayer
y puede ser que hayan pasado veinte años.


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