De pequeña me llamaban rara
porque no me gustaba jugar con las muñecas
o al juego que las niñas llamaban
jugar a las casitas.
Jugar a las casitas era jugar a ser ama de casa,
tener hijos, un marido que marchaba a trabajar
por la mañana y volvía atardeciendo muy cansado,
y era lavar la ropa, hacer la compra y cocinar,
hablar con las vecinas aprendiendo
desde tan jovencitas esa forma de hablar
que tienen los adultos: pues mire usted, vecina…
adoptar la postura de las madres y ser sacrificada,
austera y desprendida,
o ser esa vecina descarada que canta las cuarenta
al más pintado,
aprender a discutir con el tendero el precio del pescado
y regatearle miserias a la vida.
Cuando pude aprender era muy tarde,
desconocía los trucos
y sucumbía a todos los chantajes.
No aprendí a cocinar ni a cambiar los pañales
ni a esperar al marido sentada en el umbral
de la impaciencia.
Nunca supe decir “pues mire usted, vecina…”
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Menos mal que esto empieza a ser cosa del pasado, aunque todavía sigue viendose por estos mundos de dios.
ResponderEliminarBesos